sábado, 23 de febrero de 2008

HANSEL Y GRETEL



Padre se había ido al pueblo para ver si encontraba trabajo.
Nuestra madrastra nos empujó hacia la puerta.
-Hala, vosotros al bosque. En casa no hay nada que comer, así que largaos de aquí y no volváis sin traer algo para la cena.
Mi hermana Gretel me agarró de la mano y echamos a andar por el sendero.
-Si padre hubiera estado en casa no la hubiera dejado echarnos. En el bosque no vamos a encontrar nada para la cena. Ella lo sabe y lo que quiere es que no volvamos.
-Calla, no digas eso. A lo mejor encontramos algo de comer -me consoló mi hermana Gretel.
El sol había ido subiendo en su camino por el cielo. Ya era mediodía. Estábamos cansados y nos sentamos sobre la hierba.
Un rayo de sol nos calentaba y nos quedamos dormidos.
Gretel me despertó:

-¡Hänsel, Hänsel, hermanito, levántate! Está cayendo la tarde y pronto será de noche.
Hacía frío y pensamos en volver a casa. Ya no nos importaba que la madrastra se enfadara y nos riñera o que nos pegase. Pero estábamos perdidos y no sabíamos encontrar el camino.
Anduvimos otra vez sendero adelante. Nos sentíamos cansados. Hacía frío; y el bosque de noche nos daba mucho miedo. Me agarré bien fuerte de la mano de Gretel y procuré que no se me notase lo asustado que estaba.
Estaba a punto de echarme a llorar, cuando Gretel me dijo.
-Mira, allí hay una lucecita. Nos acercaremos para ver si encontramos a alguien que nos quiera ayudar.
La lucecita brillaba dentro de una casa que había en un claro del bosque.
Nos apoyamos en el borde de la ventana para mirar dentro de la casa y noté en la boca un sabor dulce.
-¡Gretel, esta casa está hecha de chocolate!
Gretel probó también un trocito de pared y luego otro y otro. Los dos comimos sin parar hasta que oímos una voz que nos invitaba:
-Entrad, entrad, niños. Dentro de casa guardo cosas más ricas.
Y entramos en la casa y nos encontramos con una vieja que nos miraba sonriendo con su boca sin dientes.
-¡Qué bien, dos niños! ¡Con lo que a mí me gustan los niños! Pero ¡qué delgaditos estáis! Bien, yo haré que engordéis. Especialmente tú, pequeño, que pareces el más tierno.
No me gustó nada la mujer ni tampoco me gustó nada lo que decía; pero nos preparó una buena cena y luego nos enseñó el sitio donde podíamos dormir.
-Tú dormirás en esta alfombrilla cerca del fuego -le dijo a Gretel-. Y tú te acostarás en esa jaula en la que antes dormía mi pavo real.
No me gustaba dormir en una jaula, pero como tenía el suelo cubierto de paja seca y limpia y yo estaba muy cansado, me metí dentro.
Por la mañana, cuando me desperté, me encontré encerrado.
-Calla, no grites -me dijo Gretel- la vieja ha salido a buscar leña. Me ha dicho que quiere tenerte ahí encerrado mientras engordas y que luego te comerá asado. Pero no tengas miedo, yo inventaré algo para librarnos de ella.
Me pasé días y días encerrado en la jaula. A todas horas me ofrecía la vieja cosas ricas para comer, pero yo casi no las probaba. A pesar de lo que me había dicho Gretel, tenía miedo, mucho miedo.
Por fin, una mañana, la vieja anunció:
-Hoy es cuando quiero comerte. Prepara el horno Gretel.
Mi hermana echó leña y más leña por la inmensa boca del horno y yo vi las llamas rugir y danzar allá dentro.
-¿Está el horno bastante caliente, Gretel? -preguntó la vieja.
-¿Quiere verlo, señora? -contestó Gretel.
Y cuando la vieja abrió el horno y se asomó, mi hermana la empujó dentro y cerró la puerta.
¡La vieja bruja se había convertido en un penacho de humo negro que salió bufando por la chimenea!
Mi hermana me abrió la puerta y yo salí lo más aprisa que pude.
-¡Vámonos, vámonos pronto de aquí! -dije.
-Espera, ahora ya no corremos ningún peligro y yo sé dónde tiene la bruja escondido su tesoro.
Gretel levantó un ladrillo del suelo y sacó un cofrecito lleno de monedas de oro, perlas y esmeraldas. Lo ató dentro de su pañuelo y se lo cargó a la espalda.
Salimos y caminamos un rato por el sendero del bosque. Pronto llegamos a un río y encontramos un hermoso cisne. Gretel le pidió:
-Amigo cisne, estamos perdidos en el bosque ¿querrías indicarnos el camino de nuestra casa?
El cisne nos dijo que nos sentásemos sobre él y nos llevó río abajo. Al cabo de un rato, se detuvo junto a la orilla.
Saltamos a la ribera y nos encontramos en un camino que conocíamos y que nos llevaba a casa.
-¡Adiós, cisne amigo, muchas gracias! -nos despedimos.
¡Qué alegría se llevó nuestro padre cuando nos vio entrar! ¡Y qué sorpresa, cuando Gretel le enseñó el tesoro de la bruja!
-¿Dónde está la madrastra? -pregunté a mi padre.
-Murió hace días - nos contestó.
Por fin parecía que íbamos a ser felices y a comer perdices, como se dice en los cuentos

UNA VERDADERA PRINCESA






ubo una vez un Rey y una Reina que tenían un hijo. El Rey y la Reina querían que se casase con una Princesa, con una verdadera y auténtica Princesa.
El Príncipe recorrió el mundo en busca de una novia. Visitó muchísimas cortes y en todas había princesas casaderas, pero ninguna le pareció una Princesa tan delicada como la que él quería para esposa.
Así que el Príncipe se volvió a su palacio bastante desanimado.
Y ocurrió que una noche se desencadenó una terrible tormenta. Hubo truenos retumbantes y relámpagos luminosísimos, y un tremendo aguacero cayó sobre la ciudad.
De repente, alguien llamó a la puerta de palacio y el propio Rey salió a abrir, para ver quién podía llegar en medio de aquella espantosa tormenta. Y allí, ante la puerta,encontró a una joven. El agua le chorreaba de la cabeza, le caía por los hombros y la espalda, le empapaba los vestidos y le hacía un charco junto a cada pie.
Tenía un aspecto lamentable.
-¡Soy una Princesa! -dijo la recién llegada.



Y la Reina pensó: "Ya veremos si lo eres o no lo eres".
La invitó a entrar, le dio ropa seca y mandó que le sirviesen una rica cena.
Mientras tanto, la Reina se ocupó de que le preparasen una cama y puso en ella veinte colchones de pluma.
Después de cenar, la Princesa se acostó en aquella cama y la Reina le deseó que pasase una buena noche.
A la mañana siguiente, la Reina volvió a visitar a la Princesa y le preguntó:
-¿Qué tal habéis dormido?
-¡He pasado una noche espantosa! ¡No he podido cerrar los ojos desde que me acosté! En la cama había una cosa terriblemente dura que se me ha estado clavando en el cuerpo cada vez que me movía. ¡Tengo toda la piel llena de cardenales ...!
La Reina sonrió encantada. Ella sabía muy bien lo que había en la cama porque ella misma lo puso la noche anterior. Debajo de los veinte colchones había colocado ¡un guisante!
¡Ésta sí que era una verdadera Princesa! Tan fina, tan delicada y tan exquisita como el Rey, el Príncipe y ella misma deseaban. ¡Ya tenían novia para su hijo!
Así que el Príncipe se casó con esta verdadera Princesa.
El guisante fue guardado en el Real Tesoro para que todo el mundo que quisiera pudiera ir a admirarlo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN

LAS HADAS



Pues yo era una niña mayor.
Y vivía con mi madre y con mi hermana en una hermosa casa situada en las afueras del pueblo.
Mi madre y mi hermana eran tan parecidas que quien veía a una de ellas era como si hubiese visto también a la otra.
Mi madre quería muchísimo a mi hermana; seguramente porque como se parecía tanto a ella ... Las dos eran muy mandonas y tenían un genio terrible. Se enfadaban por cualquier cosa.
A mí no me querían nada.
Mi madre mimaba mucho a mi hermana. A mí, en cambio, me había cargado con todos los trabajos de la casa. Yo barría, fregaba, guisaba, arreglaba las habitaciones, hacía las camas ... Y dos veces al día, por la mañana y por la tarde, tenía que ir hasta el pozo para buscar agua.
Una mañana, cuando fui al pozo con mi cántaro de barro encontré junto al brocal a una pobre viejecita que me dijo:
-Hijita, ¿querrías darme un sorbito de agua? me muero de sed.
-Claro que os lo daré, buena señora -le contesté.
Saqué agua fresca con el cubo, llené mi cántaro y lo sostuve en alto para que la ancianita pudiera beber con más comodidad. Cuando hubo satisfecho su sed, me dijo:
-Tienes muy buen corazón. Habrás de saber que soy un hada poderosa y como premio a tu bondad, quiero hacerte un obsequio. Desde ahora en adelante, cada vez que hables caerán de tu boca flores y piedras preciosas.

Me quedé tan asombrada que no supe que decir. Así que solamente sonreí a la buena viejecita, hice un reverencia, tomé mi cántaro y me volví hacia casa.
En cuanto entré por la puerta, mi madre empezó a gritarme:
-¡Estúpida! ¿Cómo has tardado tanto?
-Perdóname, madre. Me he entretenido hablando con una viejecita que tenía sed.
Entonces sucedió algo extraordinario. por cada palabra que decía, caía de mi boca una flor o una piedra preciosa.
En un momento había tres rosas, dos claveles, cuatro brillantes, una esmeralda y dos rubíes.
-¿Qué es esto, hija mía? -preguntó mi madre.
¡Era la primera vez que me llamaba hija desde la muerte de mi padre!
Le conté lo que me había ocurrido junto al pozo.
-Es preciso que tu hermana consiga un don semejante al tuyo. ¡Hija, hija querida! -llamó a mi hermana.
-¿Qué quieres? ¿A qué vienen esas voces? dijo mi hermana.
-Termina de vestirte, toma el cántaro y ve al pozo a sacar agua -ordenó mi madre.
-¿Ir yo al pozo con el cántaro? ¡Ni pensarlo! ¿Quién te has creído que soy, tu criada? Además, ¿no ha ido ya ésta?
-¡Irás al pozo ahora mismo, aunque tenga yo que llevarte a palos! -amenazó mi madre-. Mira lo que tu hermana ha conseguido con sólo dar un poco de agua a una anciana.
Mi madre mostró las piedras preciosas que habían caído de mi boca cuando hablé.
Mi hermana terminó de vestirse.
-Toma el cántaro -dijo mi madre.
-¿Creerás que voy a pasearme por ahí con un cántaro de barro como si yo fuera una vulgar muchacha? Si tengo que ir al pozo llevaré la jarra de plata ... -contestó me hermana con muy malos modos.
-Bien, lleva lo que quieras, pero sal ahora mismo. Y a ver cómo te portas -le advirtió nuestra madre.
Mi hermana salió hacia el pozo.
-¿Qué haces tú ahí parada como una estúpida? -me gritó mi madre-. Ve detrás de tu hermana. Síguela de lejos para acudir en su ayuda si te necesita.
Y yo salí detrás de mi hermana.
Ella caminó sin prisa hacia el pozo. Y cuando llegó allí, se asomó al brocal y se miró en el agua.
Una señora, espléndidamente vestida, salió del bosque y se acercó al pozo.
-Buenos días, niña. Me muero de sed. ¿Me darías, por favor, un poco de agua en tu jarra?
-¡Claro que no! ¿Piensa usted que he traído mi jarra de plata para dar de beber a la primera desconocida que me lo pida? Si quiere beber, saque agua del pozo, que ahí está el cubo.
La dama se puso seria y dijo en tono severo:
-Eres egoísta y malvada. Éste es el don que te otorgaré: cada vez que hables saldrán de tu boca sapos y culebras.

Mi hermana no se había molestado en sacar agua del pozo. Tomó su jarra y llena de furia se marchó hacia casa. Yo la seguí procurando que no me viera.
En cuanto entró en casa, nuestra madre le preguntó:
-¿Cómo te ha ido, hija mía? Cuéntame qué te ha ocurrido.
-¿Y qué me iba a ocurrir? -contestó furiosa mi hermana.
Entonces, ¡nos quedamos horrorizadas!
Por cada palabra que pronunciaba saltaban de su boca un sapo o una culebra. Mi madre se volvió llena de cólera hacia mí.
-¡Desgraciada! ¿No te dije que acompañaras a tu hermana y tuvieras cuidado de ella? ¿esto es lo que has hecho para ayudarla? ¡Fuera de esta casa! ¡Largo de aquí! ¡No quiero verte nunca más!
Me fui por el camino del bosque. No quería que las gentes del pueblo me viesen llorar.
Y me encontré con una elegante comitiva. Un joven, que montaba un hermoso caballo blanco, me preguntó amablemente.
-¿Por qué lloras, hermosa niña?
Y yo le conté mi desgracia.
Cuando terminé de contar mi historia, el suelo había quedado cubierto de flores y piedras preciosas .
El joven y todos los elegantes señores que le acompañaban me miraban asombrados y hablaban entre ellos en voz baja.
Luego, el joven descendió de su caballo y me habló:
-Soy el Príncipe heredero de este país. ¿Quieres venir a palacio con nosotros? Deseo presentarte a mis padres. Una doncella tan hermosa como tú es muy digna de ser la esposa de un Príncipe.
Me ayudó a montar en su caballo y tomamos el camino del palacio real.






FIN

EL GATO CON BOTAS






Cuando murió el molinero, dejó a sus hijos el molino, un asno y un gato. El hijo mayor se quedó con el molino; el segundo, con el burro y al más joven sólo le quedó el Gato. El hijo menor se lamentaba:
-¿Qué va a ser de mí? ¡Me moriré de hambre...!
-No estés triste, mi amo -dijo el Gato-. Dame un saco y un par de botas para ir por el campo; te demostraré que tu parte de la herencia ha sido la mejor de todas.
Cuando el Gato tuvo el saco y las botas, dijo a su amo:
-Confía en mí. Desde ahora serás el Marqués de Carabás.
El Gato se calzó las botas, se echó el saco al hombro y se fue a un campo donde había muchos conejos.
El Gato con Botas puso hierba fresca dentro del saco, se tumbó al lado haciéndose el muerto y esperó a que algún conejo cayera en la trampa.
Al poco rato, un conejo blanco muy hermoso entró en el saco. El Gato con Botas dio un salto y cerró los cordones del saco, antes de que el conejo pudiera escapar.
Muy orgulloso de su presa, se dirigió al palacio real:
-Traigo un regalo para el Rey.
Cuando le condujeron a su presencia, el Gato hizo una reverencia y dijo:
-Majestad, mi amo el Marqués de Carabás os envía este conejo con sus mejores saludos.
-Dile a tu amo que me agrada mucho su regalo -contestó el Rey.
Al día siguiente, con la misma astucia, cazó unas perdices y también se las llevó al Rey.
Y todos los días, durante varios meses, el Gato con Botas llevó al Rey piezas de caza, de parte de su amo el Marqués de Carabás.
Un día, se enteró de que el Rey y la Princesa iban a salir de paseo por la orilla del río. Entonces, el Gato con Botas dijo a su amo:
-Si seguís mi consejo, podréis hacer fortuna. Sólo tenéis que bañaros en el sitio que yo os diga. Yo me encargaré de todo lo demás.
El joven hizo lo que le aconsejó el Gato. Y cuando el Gato con Botas oyó que se acercaba la carroza del Rey, comenzó a gritar:
-¡Socorro! ¡Que se ahoga mi amo, el Marqués de Carabás!
Al oír los gritos, el Rey asomó la cabeza por la ventanilla y ordenó a sus guardias que salvaran al Marqués de Carabás. Mientras tanto, el Gato le explicaba:
-Majestad, mi amo se bañaba en el río, cuando llegaron unos ladrones y le robaron toda su ropa...
-No te preocupes -dijo el Rey-; un paje irá a palacio para buscar uno de mis mejores vestidos.
Cuando el Marqués de Carabás se puso el traje del Rey, tenía tan buen aspecto que la Princesa, nada más verlo, se enamoró de él. Entonces, dijo el Rey:
-Querido Marqués, ¿deseáis acompañarnos en nuestro paseo?
Antes de que el joven abriera la boca, exclamó el Gato:
-Suba a la carroza, mi señor. Yo me adelantaré para arreglar todos vuestros asuntos.
El Gato con Botas echó a correr delante de la carroza y, muy pronto, la perdió de vista. Corriendo, corriendo, llegó junto a una cuadrilla de cincuenta segadores que segaban un prado inmenso.Antes de seguir su camino, dijo a los segadores:
-Segadores, si no decís al Rey que estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os sacarán la piel a tiras.
Más adelante, el Gato se encontró con unos labradores que estaban cosechando un campo de trigo y les dijo lo mismo que a los segadores. Y lo mismo a todas las personas que se encontraban en todos los campos.
Finalmente, el Gato con Botas llegó al hermoso castillo de un Ogro, que era dueño de todas las tierras que había recorrido.
El Gato con Botas llamó a la puerta y, cuando estuvo delante del Ogro, le dijo:
-Señor, he venido hasta aquí atraído por vuestra fama. Me han dicho que tenéis el poder de convertiros en toda clase de animales...
El Ogro rió y dijo:
-¡Es cierto! Para demostrártelo, me convertiré en león.
El Gato se asustó cuando vio al león allí delante, y trepó hasta el alero de un tejado.
Cuando el Ogro recobró su forma, el Gato descendió y le dijo:
-Perdonad mi atrevimiento; pero lo que yo dudo es que podáis convertiros en un animal pequeño. Por ejemplo, en un ratón...
-¿No lo crees...? -dijo el Ogro riendo-. ¡Ahora verás!
En un momento, el Ogro se convirtió en ratón y se puso a correr por el suelo. Entonces, el Gato con Botas se arrojó sobre él y se lo comió.
Mientras tanto, el Rey había preguntado a todos los que encontraba quién era el dueño de aquellos campos.
Los segadores, los cosechadores, los viñadores y todas las gentes que trabajaban los campos le dijeron lo mismo:
-Son del Marqués de Carabás, Majestad.
Cuando llegaron frente al castillo del Ogro, el Rey mandó detener la carroza y preguntó:
-¿A quién pertenece este castillo?
Entonces, apareció el Gato con Botas, que todavía se estaba relamiendo los bigotes; hizo una reverencia muy gentil y dijo:
-¡Majestad, sea bienvenido al castillo del Marqués de Carabás!
Todos entraron en el salón principal, donde les aguardaba una magnífica cena, que el Ogro había encargado para sus amigos.
El Rey estaba muy contento de la simpatía y de las posesiones del Marqués; por eso, al ver que su hija estaba enamorada de él, dijo:
-He decidido concederos la mano de la Princesa.
Al día siguiente la Princesa y el Marqués se casaron.
El Gato con Botas se convirtió en un personaje muy importante y, a partir de entonces, no persiguió a los ratones más que para divertirse.
FIN

MERLÍN EL MAGO






ace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.

La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
L os años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"
L os nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
C uando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.
A rturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
A rturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.
Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de tí"



FIN

PETER PAN




Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter.
Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la habitación.
Era Campanilla, el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos...
- Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico para que podáis volar.
Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló:
- Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!
Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John.

Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó.
Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz:
- ¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al


Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.
El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños.
Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa.
- ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños.
- ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos.
- ¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.
FIN

EL FLAUTISTA DE HEMERLÍN


Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.
Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquitante plaga.
Por más que pretendían exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, tal parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se enseñoreaba de las calles y de las casas, que hasta los mismos gatos huían asustados.

Ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones".
Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie había visto antes, y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín".
Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.
Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.
Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.

Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy entrada la noche.
A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los prohombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?".
Y dicho esto, los orondos prohombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda profiriendo grandes carcajadas.
Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.
Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.
Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.
Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que losratones, nunca jamás volvieron.
En la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.
Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño.
FIN

LOS TRES CERDITOS



En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.
El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.
- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.
Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.
FIN

SIMBAD EL MARINO



Hace muchos, muchísmos años, en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad. Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados fardos, por lo que se le conocía como Simbad el Cargador.
- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!
Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.
A través de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido hasta una sala de grandes dimensiones.
En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas varias personas, entre las que destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera:
-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo comprendas, te voy a contar mis aventuras...
" Aunque mi padre me dejó al morir una fortuna considerable; fue tanto lo que derroché que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo poco que me quedaba y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados: en realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me dejé arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme, tomé el primer barco que zarpó de vuelta a Bagdag..."
L legado a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente.
Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas...
" Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y, cuando desperté, el barco se había marchado sin mí.
L legué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los que pude coger, me até un trozo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila me eligió como alimento para llevar a su nido, sacándome así de aquel lugar."
Terminado el relato, Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro, con el ruego de que volviera al día siguiente...
"Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero me aburría y volví a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendió una gran tormenta y el barco naufragó.
Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenía un solo ojo y que comía carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso lugar.
De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvió a hacer presa en mí. Pero esto te lo contaré mañana..."
Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.
"Inicié un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con quien me casé, pero al poco tiempo ésta murió. Había una costumbre en el reino: que el marido debía ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el último momento, logré escaparme y regresé a Bagdag cargado de joyas..."
Y así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de sus viajes, tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna.
El anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes; allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.
S imbad así lo comprendió y, presentándose ante su amo, le explicó dónde podría encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió la libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.
"Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los placeres, también antes he conocido todos los padecimientos."
Cuando terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y ya nunca más, tuvo que soportar el peso de ningún fardo...
FIN

EL PATITO FEO




En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la mamá Pata, empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de que un huevo, el mas grande de todos, aún permanecía intacto. Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el huevo, a ver cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a moverse, y luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del sonriente pato. Era el mas grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de los demás.. Y cómo era diferente, todos empezaron a llamarle de Patito Feo. La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó con el ala mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún mas feo, y tenía que soportar las burlas de todos. Entonces, en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la granja. Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo de algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y sólo quería engordarle para transformarlo en un segundo plato. El patito salió corriendo como pudo de allí. El invierno había llegado. Y con el, el frío, el hambre, y la persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días pasaron a ser mas calurosos y llenos de colores. Y el patito empezó a animarse otra vez. Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había visto. Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por el agua. El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque. Y uno de los cisnes le contestó: - Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros. Y le dijo el patito: - ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros. Y ellos le dijeron:- Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos.El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre. FIN

EL MAGO DE OZ





abía una vez una niña llamada Dorita vivía en una granja de Kansas con sus tíos y su perro Totó. Un día, mientras la niña jugaba con su perro por los alrededores de la casa, nadie se dio cuenta de que se acercaba un tornado. Cuando Dorita lo vio, intentó correr en dirección a la casa, pero su tentativa de huida fue en vano. La niña tropezó, se cayó, y acabó siendo llevaba, junto con su perro, por el tornado. Los tíos vieron desaparecer en cielo a Dorita y a Totó, sin que pudiesen hacer nada para evitarlo. Dorita y su perro viajaron a través del tornado y aterrizaron en un lugar totalmente desconocido para ellos. Allí, encontraron unos extraños personajes y un hada que, respondiendo al deseo de Dorita de encontrar el camino de vuelta a su casa, les aconsejaron a que fueran visitar al mago de Oz. Les indicaron el camino de baldosas amarillas, y Dorita y Totó lo siguieron. En el camino, los dos se cruzaron con un espantapájaros que pedía, incesantemente, un cerebro. Dorita le invitó a que la acompañara para ver lo que el mago de Oz podría hacer por él. Y el espantapájaros aceptó. Más tarde, se encontraron a un hombre de hojalata que, sentado debajo de un árbol, deseaba tener un corazón. Dorita le llamó a que fuera con ellos a consultar al mago de Oz. Y continuaron en el camino. Algún tiempo después, Dorita, el espantapájaros y el hombre de hojalata se encontraron a un león rugiendo débilmente, asustado con los ladridos de Totó. El león lloraba porque quería ser valiente. Así que todos decidieron seguir el camino hacia el mago de Oz, con la esperanza de hacer realidad sus deseos. Cuando llegaron al país de Oz, un guardián les abrió el portón, y finalmente pudieron explicar al mago lo que deseaban. El mago de Oz les puso una condición: primero tendrían que acabar con la bruja más cruel de reino, antes de ver solucionados sus problemas. Ellos los aceptaron. Al salir del castillo de Oz, Dorita y sus amigos pasaron por un campo de amapolas y aquél aroma intenso les hicieron caer en un profundo sueño, siendo capturados por unos monos voladores que venían de parte de la mala bruja. Cuando despertaron y vieron la bruja, lo único que se le ocurrió a Dorita fue arrojar un cubo de agua a la cara de la bruja, sin saber que eso era lo que haría desaparecer a la bruja. El cuerpo de la bruja se convirtió en un charco de agua, en un pis-pas. Rompiendo así el hechizo de la bruja, todos pudieron ver como sus deseos eran convertidos en realidad, excepto Dorita. Totó, como era muy curioso, descubrió que el mago no era sino un anciano que se escondía tras su figura. El hombre llevaba allí muchos años pero ya quería marcharse. Para ello había creado un globo mágico. Dorita decidió irse con él. Durante la peligrosa travesía en globo, su perro se cayó y Dorita saltó tras él para salvarle. En su caída la niña soñó con todos sus amigos, y oyó cómo el hada le decía: - Si quieres volver, piensa: “en ningún sitio se está como en casa”. Y así lo hizo. Cuando despertó, oyó gritar a sus tíos y salió corriendo. ¡Todo había sido un sueño! Un sueño que ella nunca olvidaría... ni tampoco sus amigos. FIN